Aquel ser inmortal alcanzo a escuchar a la dama incorpórea, que entre sollozos se arrancaba espirales de piel alabastrina con las uñas.
- ¡He visto la soledad! … ¡Maldito seas!
La sangre manaba del pecho y le bañaba el vestido, el cabello alborotado caía sobre los hombros y la luna iluminaba el diván en el que estaba recostada, se acerco sigiloso, le tomo la mano, la alejo del pecho, coloco los labios en la herida y bebió, ella ni siquiera se inmuto, tenía la vista fija en el espejo vacío, aún buscaba su reflejo, buscaba algo que le dijera que no estaba sola, incluso ahora ni siquiera había una sombra de los labios que le acariciaban la piel y que cada vez se volvían mas ávidos. Se sintió más sola aún. Se levanto y con aquella mano sangrante le abofeteo, su sangre se mezclo con la de él. Quien la observaba con ojos intrigantes, saboreando de los labios la mezcla deliciosa de esencias. Una carcajada inundo la estancia.
- ¿Odiar? ¿Amar?, ¿Qué sabes tú, de eso? Eres inmortal. No malgastes el tiempo pensando en ello.
La contemplo, bañada por la luz de la luna, en el marco de la ventana, su pálida piel hacia un contraste perfecto con sus labios rojos, la herida que se había provocado en el pecho, había desaparecido, dejando solo como huella una mancha escarlata sobre aquel hermoso vestido, de cuyos puños asomaban unas delicadas manos, que ahora acariciaban a un maravilloso cuervo que se había posado sobre la ventana…
- ¿Ha que has venido? – Le pregunto, en un susurro – No te he llamado.
Se acerco no podía permanecer demasiado lejos de ella, le acarició la espalda, el aleteo del cuervo alejándose rompió el silencio que se había creado.
- No me llamaste, pero igual parece que requieres compañía. ¿Desgastando segundos en pensamientos mundanos? ¿Soledad? ¡Ja! Indiferencia deberías sentir. Tú, fuiste tú quien me lo dijo. – Se movió lentamente, hasta colocarse frente a ella. – ¡Mortales! Simples mortales. Ya ni siquiera recuerdas como es que latía el corazón en ese hueco vacío. Pero si así lo deseas haré que tu cuerpo entero palpite. Déjame hacerte recordar.
Y entonces la rodeo con sus brazos, la beso en el cuello, los dedos trabajaban afanosos, desabotonando y después recorriendo cada espacio de esa delicada espalda.
- ¿Mortales? Para que deseas algo así. Si no te pueden regalar más que dolor, heridas, debilidad, muerte. Tú y yo vamos más allá de eso. Eternidad, tiempo, es lo que nos sobra. Heridas. Dolor. Hace tanto que olvidé lo que significan. Muerte. ¡Ja! Me burlo de ella. Siente. Siénteme, aquí a tu lado. ¿Soledad? Nunca, mientras permanezcas conmigo. Recorreremos tierra e infierno. Nos reiremos de aquellos que intenten huir de nosotros. Compartiremos la eternidad.
De un tirón arrancó el vestido, le beso los labios, los ojos, las manos, los pechos, sus manos le recorrían cada centímetro de piel. No pudo contenerse más, él tenía razón, no se podía estar mejor acompañada que por la nada. Entonces sus manos cobraron vida, arranco capa, camisa, todo aquello que le impidiera recorrer esa piel, sus labios correspondieron a los besos. Se entrego a ese deseo, al éxtasis. Le sintió dentro de ella, explotando. Los besos se convirtieron en pequeños mordiscos, las caricias en rasguños, pequeños hilos de sangre recorrían ahora esa angulosa espalda, bebió de su sangre, tal como él lo había hecho. Que ironía, ambos sufrieron esa dulce ¿muerte? que ocurre después de hacer el ¿amor?, tocaron el ¿cielo? ¡Ja! Seres inmortales, cediendo a impulsos mortales. Sin embargo, ahí estaban, desnudos bajo la luz de la luna, en aquel mismo diván. Se levanto, volvió a la ventana, dejo que el frío le recorriera la piel desnuda. Sintió unos brazos fuertes que la tomaban por la espalda.
- ¿Sigues sintiéndote sola? – La voz sonaba seria, sin emoción alguna, tal y como esperaba que sonara.
- No. Mientras estés conmigo.
El cuervo volvió a aletear en la ventana.
Un espejo reflejando un diván con manchas escarlatas, vacío.
Pero en él, dos inmortales desnudos, abrazados compartiendo la eternidad.